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Día Mundial del Autismo: Una Mirada al Autismo en Mujeres

  • Foto del escritor: Jesus Gomez Frye
    Jesus Gomez Frye
  • 5 abr
  • 6 Min. de lectura

Cada 2 de abril, el mundo se tiñe de azul para hablar de autismo. Pero, ¿Qué pasa cuando esa conversación deja fuera a una gran parte de quienes lo viven?

Aprovechando  el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo, queremos poner el foco en una realidad poco visibilizada: el autismo en mujeres.

Durante décadas, la imagen que ha dominado sobre el autismo ha sido masculina, infantil y muy estereotipada. Esto ha provocado que miles de niñas, adolescentes y mujeres adultas hayan crecido sin entender por qué se sienten diferentes, por qué les cuesta tanto encajar, por qué el mundo parece exigirles más de lo que pueden dar sin agotarse.


¿Por qué se invisibiliza el autismo en mujeres?

Hablar de autismo sin tener en cuenta las diferencias de género es contar solo una parte de la historia. Durante décadas, los estudios, las herramientas de diagnóstico y los referentes públicos del autismo han estado centrados casi exclusivamente en varones. ¿El resultado? Miles de mujeres autistas han crecido creyendo que lo que sentían era "ser demasiado sensibles", "raras", "intensas" o "defectuosas". Vamos a ver por qué sucede esto:


1. Los criterios diagnósticos están masculinizados

Las primeras investigaciones sobre el espectro autista se realizaron casi exclusivamente con niños. Esto generó un sesgo en la forma en que se define y reconoce el autismo. Los test, cuestionarios y manuales clínicos describen conductas más típicas en varones, como un lenguaje muy literal o intereses inusuales fácilmente detectables. Las mujeres, que a menudo presentan otros matices en su forma de estar en el mundo, quedan fuera de estos moldes.



2. El camuflaje social: una máscara agotadora

Muchas mujeres autistas desarrollan desde pequeñas una habilidad para imitar lo que ven en los demás. Observan, copian expresiones faciales, frases, gestos. Aprenden a parecer “normales”, aunque por dentro estén confundidas o abrumadas. Este camuflaje social es una estrategia de supervivencia, pero tiene un coste enorme: ansiedad, burnout, pérdida de identidad y, sobre todo, invisibilidad. Si “funcionan bien”, nadie sospecha que puedan estar en el espectro.


3. Intereses intensos... pero socialmente aceptados

Un niño que se obsesiona con trenes puede llamar la atención. Pero una niña que se obsesiona con caballos, libros o la psicología es vista como apasionada, no como diferente. Esta diferencia en cómo se interpretan los intereses especiales hace que se pase por alto una de las señales clave del autismo.


4. Mayor presión para encajar

Desde pequeñas, las mujeres reciben más presión social para ser empáticas, amables, cuidadoras. Esto hace que muchas mujeres autistas esfuercen aún más su camuflaje y se autoexijan niveles de adaptación altísimos. El precio emocional suele ser muy alto, pero pocas veces se relaciona con el autismo.


5. Diagnósticos erróneos o tardíos

Muchas mujeres llegan a la adultez con diagnósticos como ansiedad, depresión, trastornos de la alimentación o trastorno límite de la personalidad. Aunque algunos de estos pueden coexistir con el autismo, no abordan el origen profundo del malestar. El diagnóstico tardío suele venir tras años de incomprensión e intentos fallidos de encajar.




El diagnóstico como herramienta de autocomprensión


Recibir un diagnóstico de autismo no es —como muchas veces se piensa— una sentencia. Para muchas mujeres, es todo lo contrario: es el principio de una reconciliación con una misma.

Durante años, muchas mujeres autistas viven sintiéndose diferentes sin poder nombrar por qué. No encajan del todo, se agotan socialmente con facilidad, sienten las emociones con una intensidad abrumadora, y a menudo reciben comentarios como “eres demasiado sensible”, “piensas demasiado”, “no sabes disfrutar”. Sin un marco que explique estas vivencias, es fácil caer en la culpa o en la sensación de estar "rota".


1. Ponerle nombre a lo vivido

El diagnóstico no cambia quién eres, pero sí cambia cómo te entiendes. De repente, todo cobra sentido: tus rutinas, tus luchas internas, tu necesidad de orden, tu forma distinta de percibir el mundo. Esa sensación de "ahora todo encaja" es uno de los momentos más potentes del proceso.

Muchas mujeres relatan que, tras recibir el diagnóstico, se sienten vistas por primera vez, incluso por ellas mismas. Es como si se permitieran —por fin— ser quienes son, sin la constante presión de corregirse o camuflarse.


2. Releer tu historia con otra mirada

Una vez que sabes que eres autista, puedes revisar tu pasado con una nueva lente. Aquella niña que no hablaba en clase no era tímida: necesitaba seguridad para expresarse. Esa adolescente que se aislaba en su mundo no era antisocial: necesitaba espacio para regularse. Esta reinterpretación no solo genera alivio, sino que también es profundamente sanadora.


3. Dejar de exigirte ser “como los demás”

El diagnóstico permite entender que muchas dificultades no son fallos personales, sino desajustes entre tus necesidades y lo que el entorno exige. Esto abre la puerta a cambiar hábitos, poner límites y crear una vida más amable contigo misma.

Ya no se trata de adaptarte forzadamente a todo. Ahora puedes empezar a preguntarte: ¿Qué necesito yo? ¿Qué me hace bien? ¿Dónde me siento segura?


4. Buscar comunidad y referentes

Otro beneficio importante es poder conectar con otras personas autistas, especialmente mujeres. Leer testimonios, seguir cuentas, escuchar historias similares a la tuya, es una forma de dejar de sentirte sola y descubrir que no estás rota, ni sola, ni equivocada: simplemente eres distinta, y eso también es valioso.


Vivir siendo mujer autista: entre la sensibilidad, la fuerza y el cansancio invisible


Ser mujer autista en un mundo diseñado para lo neurotípico no es solo una cuestión de diagnóstico o etiquetas. Es una experiencia diaria, íntima y muchas veces solitaria. Se trata de vivir con una percepción distinta de lo que sucede, de sentir las cosas con más intensidad, de tener que adaptarte constantemente a un entorno que no se adapta a ti.


1. El esfuerzo constante de “funcionar”

Muchas mujeres autistas se levantan cada mañana poniéndose una especie de armadura invisible. Van al trabajo, socializan, sonríen, responden mensajes, cumplen con compromisos. Desde fuera, pueden parecer perfectamente adaptadas. Pero por dentro hay un cansancio profundo, una fatiga que viene de tener que sostener ese esfuerzo constante por “encajar”.

Esta especie de burnout camuflado no es fácil de ver, ni siquiera para las propias mujeres que lo viven. Está tan normalizado que se asume como parte de ser adulta, mujer, responsable. Pero no lo es. Es agotador porque implica renunciar a la autenticidad una y otra vez.


2. La sensibilidad sensorial y emocional

Vivir con autismo implica una sensibilidad aumentada. Los ruidos, las luces, las texturas, los olores... pueden ser fuente de incomodidad o incluso dolor. Pero también hay otra sensibilidad: la emocional. Muchas mujeres autistas sienten el mundo de forma intensa y profunda. Lloran con facilidad, se emocionan ante pequeños detalles, se afectan por los gestos de los demás.

A veces, esto es malinterpretado como “dramatismo” o “inestabilidad”. Sin embargo, es una parte esencial de cómo procesan el mundo. Necesitan tiempo y espacio para digerir lo que sienten, aunque eso no siempre sea comprendido.


3. Las relaciones sociales: un terreno complejo

El mundo social puede ser confuso y agotador. Muchas mujeres autistas tienen dificultades para entender dinámicas sociales, dobles sentidos, o saber cuándo hablar y cuándo callar. Esto no significa que no quieran conectar, sino que lo hacen de forma distinta: con honestidad, profundidad y pocas personas, pero reales.

A veces, intentan encajar en grupos donde no se sienten cómodas. Otras veces se aíslan por protección. Pero siempre existe ese deseo de pertenecer, de ser vistas como son, sin tener que actuar.


4. El valor de crear un entorno amable

Una parte clave de vivir mejor siendo mujer autista es diseñar un entorno a medida. Esto implica:

  • Elegir relaciones que no exijan camuflaje.

  • Aceptar y respetar los propios ritmos.

  • Reducir la sobreexposición sensorial.

  • Encontrar formas de expresión propias (arte, escritura, naturaleza, movimiento).


Vivir siendo autista no tiene por qué ser una lucha constante. Puede convertirse en un camino de autoexploración, autenticidad y fortaleza silenciosa. Pero para eso, hay que permitirse ser una misma, sin disfraz.


Hagamos visible lo invisible


Más allá de iluminar monumentos de azul, propongámonos escuchar, leer y aprender de quienes viven el autismo desde dentro. En especial, de aquellas cuya experiencia ha sido silenciada o malinterpretada durante años.


Hablemos del autismo en femenino. Hagamos espacio para esas voces. Porque nombrar, visibilizar y comprender también es una forma de cuidar.


 

 
 
 

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